San_Ignacio_Loyola
Foto: http://www.fatima.pe/articulo-385-los-ejercicios-espirituales-de-san-ignacio-de-loyola-i

 

En mi afanosa búsqueda por encontrar raíces, teorías, modelos y enfoques de liderazgo, he descubierto el éxito implacable de una orden religiosa, presente en todas partes del mundo.

Fundada en 1540 por diez individuos encabezados por San Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús, los jesuitas, se convirtió muy pronto en la orden religiosa de más dinámico crecimiento.

Ignacio (1491-1556) procedía de la carrera militar. Esa formación inicial, cortada por una derrota en una batalla y la herida en una pierna a causa de un cañonazo lo instan a refugiarse para crear en 1522 lo que él llama “el método de los ejercicios espirituales”.

 

Profundiza en el perfeccionamiento de su método y logra trasmitirlo a compañeros de estudio en un seminario donde había incursionado para aprender teología. Se dice que sus compañeros eran más brillantes que él en los estudios teológicos, matemáticos y físicos. Pero todos ellos reconocieron que su entrega a la religión se debía a la práctica de dichos ejercicios espirituales.

En consecuencia, al aprobar el Papa los estatutos de la orden en 1540 lo eligen “general” de dicha organización. Sus votos están consagrados íntegramente a la obediencia al papa, la pobreza y la realización de la salvación de las almas.

Con abundante información en la enciclopedia de nuestro tiempo, Google, así como en los escritos de Chris Lowney, configuro un esquema del liderazgo creado por este Santo y sus 17,000 seguidores. El Papa Francisco es el primer jesuita que asciende al nivel máximo del catolicismo.

La gran diferencia de origen entre los jesuitas y las otras órdenes, dominicos, franciscanos, benedictinos, agustinos y demás, consiste en que mientras éstos hacían votos y se refugiaban en sus conventos a rezar, los jesuitas establecieron un camino dedicado a la realización de obras al exterior, haciendo de la conversión al catolicismo como su principal misión y eligieron para ello la más grande herramienta que pudo habérseles ocurrido: la educación.

En 1556 cuando muere San Ignacio, a tan sólo 16 años de haber nacido la Compañía de Jesús, ya contaban con 30 prestigiosos colegios y un par de universidades.

La proliferación de escuelas y universidades creadas por los jesuitas fue tan grande que las otras órdenes se sintieron amenazadas. Los Reyes veían en la devoción de los jesuitas al Papa una amenaza, puesto que progresaban aceleradamente.

Napoleón llegó a escribir que “los jesuitas son una orden militar, no una orden religiosa. El objetivo de esta organización es el poder”.

La envidia que despertaron en todos los ámbitos fue tan grande que en 1773 fueron suprimidos y sus propiedades fueron absorbidas por los gobiernos de los países donde operaban. Fue hasta 1814 que el Papa les concedió la restauración y volvieron de la nada a tomar fuerza.

Sus esfuerzos los llevaron a impulsar el cristianismo en India, China y Japón. El jesuita Francisco Javier fue el primero de sus mártires. En su entrega a los pobres desarrollaron una gran facilidad para aprender idiomas y conseguir la aceptación en cada país que se presentaban. Tenían la flexibilidad de vestir ropajes acordes con la región que visitaban. No existía uniforme alguno.

Su formación religiosa consistía en realizar los primeros 30 días los “ejercicios espirituales” donde calcaban en el alma de sus nuevos devotos sus cuatro principios rectores. Su enseñanza básica consiste en que el hombre da sus mejores esfuerzos en un ambiente positivo de amor y confianza, erradicando cualquier temor. Pero todos ellos reconocían al “general de la congregación” como su máxima autoridad y no necesitaban estar rindiendo informes a jefe alguno. Constituyeron lo que hoy conocemos como organización horizontal.

Su lema de mayor inspiración es “trabaja como si el éxito dependiera de tu propio esfuerzo, pero confía como si todo dependiera de Dios”.

Los cuatro principios rectores, tatuados en el alma, son los siguientes:

  • Conocimiento de sí mismo. Entendimiento de fortalezas, debilidades, valores y comprensión de cómo funciona el mundo. Debemos apreciar nuestra dignidad y rico potencial, reconociendo las debilidades y apegos que atajan ese potencial.
  • Ingenio: innovar confiadamente y adaptación continua a un mundo cambiante, fijando metas personales y formando un punto de vista sobre el mundo.
  • Amor: tratar al prójimo con amor y actitud positiva, sin diferenciar entre razas y colores. Perfeccionar su conocimiento del prójimo para tratarlo cada vez mejor.
  • Heroísmo: fortalecerse a sí mismo y a los demás con aspiraciones heroicas. Su lema permanente es el de “algo más”, para esforzarse a dar lo máximo con las capacidades que Dios le dio.

La clave es una práctica de tres veces al día de estos cuatro principios rectores, de modo que un jesuita adquiere cada día una mejor comprensión de sí mismo, de sus semejantes y del mundo que lo rodea.

Recordemos que durante los primeros 30 días un jesuita profundiza en esta filosofía y luego adquiere el hábito de aplicarlos diariamente en busca de una perfección que lo acerque a Dios.

¿Qué te parece? Estimado lector, estos cuatro principios formulados por primera vez en 1522 y consagrados en sus estatutos aprobados en 1540, han sido la guía permanente de los jesuitas y si los leemos con cuidado, hemos de reconocer que son tan válidos hoy como hace 475 años.

En pleno Siglo XXI, llenos de trivialidades, de perturbaciones cotidianas, ¿tendríamos el valor de concentrarnos diariamente para realizar las reflexiones que nos sugiere San Ignacio? ¿Nos conduciría esto a una mejor comprensión de nosotros mismos, de nuestras relaciones con los demás y un mejor entendimiento de cómo funciona el mundo? ¿Algún parecido con lo que nos sugiere Daniel Goleman al hablarnos de la Inteligencia Emocional?

 

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alfredo-esponda@cencadedigital.com

 

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