En el artículo anterior mencioné que hay tres pilares del liderazgo: vocación, partitura y armonía.
Hablemos de la vocación: para ser líder hay que querer serlo. Esto no abunda. Veremos por qué.
Me sentía muy orgulloso de haber sido jefe de grupo en primaria, secundaria, prepa y además Presidente de la Prepa 2 y Presidente de mi Generación de Economistas de la UNAM.
Un día mi auditor, contador de profesión, me comentó: “nosotros siempre nos reuníamos en grupo y decíamos vamos a elegir al machetero ese que saca buenas calificaciones, para que se friegue”.
Se me acabó el encanto. Comencé a reflexionar que, en efecto, acababa yo siendo el representante porque los demás no querían, no tanto porque yo deseaba o actuaba para serlo.
Por ejemplo, en la Prepa, un grupo de malosos, pero que uno de ellos era compañero mío de salón y buen amigo, me hizo una reunión donde varios me pidieron que encabezara la planilla verde. Efectivamente, nos lanzamos a la campaña y ganamos. Me tardé en darme cuenta que fui carne de cañón para los malosos de la prepa, “los porros” y, sin saberlo, intervenía yo a favor de ellos.
En la carrera, me organizaron una reunión con el Presidente Echeverría y hablé frente a él para apoyar su decisión de traer a México a la esposa del recién asesinado Presidente de Chile, Salvador Allende. En realidad, alguien muy cercano al Presidente tenía necesidad de arrimarle gente para que saliéramos en los diarios con el mensaje de “los jóvenes profesionistas apoyan al Presidente”. El que quedó bien fue otro, no yo.
Estas vivencias personales. Reflexiones propias. Me han permitido darle seguimiento a cientos de casos donde veo que algunos ascienden a posiciones de liderazgo sin haberlo pretendido.
Por ejemplo: se llegó a decir (sea cierto o no) que el licenciado Ernesto Zedillo no tenía vocación ni quería ser Presidente de la República, pero le tocó y lo ejerció. Prueba de ello es que hoy es el mejor expresidente que ha tenido México: fue nombrado por su Universidad de Yale para hacerse cargo de los estudios de la Globalización y además incorporado a estudios semejantes en las Naciones Unidas. Sin duda ese es su campo, aunque nunca podría haber escalado semejantes alturas sin la credencial que le da el haber ocupado la Presidencia. Su prestigio de intelectual goza de reconocimiento internacional.
Es frecuente que grupos de poder, malosos avariciosos, para incrementar sus acervos de capital necesitan cambiar leyes y torcer reglamentos, pero ellos no pueden dar la cara. Sus credenciales basadas en la perversidad son demasiado bien conocidas.
Ese tipo de personas busca al personaje de comportamiento impecable y de presencia carismática y lo lanza a posiciones de mando. Y el ingenuo se la cree.
Una vez que está al mando se ve presionado por todos aquellos que lo ascendieron y no le queda más remedio que responderles. He allí las distorsiones al uso del poder. He allí por qué personajes tan impecables, una vez que suben al poder no pueden llevar a cabo los planes planteados en sus propuestas que hicieron posible que fuera elegido.
En estas condiciones un líder se vuelve tan solo un instrumento de aquellos que verdaderamente ejercen el poder, pero que nunca dan la cara. Lo único que sabemos es, gracias a Forbes, como sus riquezas se incrementan notablemente de sexenio a sexenio. Sin haber ocupado puesto alguno y sin exponerse al escrutinio público.
Lo peor de todo es que cuando explota alguno de los amañamientos que hoy son fáciles de descubrir gracias a las redes sociales, todo mundo se va sobre el ingenuo que dio la cara porque prestó su nombre para ser el líder, en cambio, los que están detrás de él y son los verdaderos beneficiarios resultan intocables porque no forman parte del aparato público.
En teoría de sistemas sabemos que una manera de descubrir las cosas es preguntarse por las salidas (outputs) del sistema: ¿a quién benefició este movimiento? Por ejemplo: la matanza de Acteal en Chiapas, a ¿quién benefició?, la matanza de Aguas Blancas ¿a quién benefició?, la matanza de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en Iguala ¿a quién benefició? No hay casualidades, las cosas se urden en la oscuridad y el secreto más absolutos.
En la época de la Revolución Francesa existió un personaje célebre, José Fouché, hasta mereció una extraordinaria biografía por el distinguido Stefan Zweig. ¿En qué consiste su mérito? Siempre apareció atrás del hombre de poder, cuando fue Napoleón, pues con él. Si se trataba de Robespierre, pues también. Él urdió gran cantidad de movimientos, pero siempre lanzó a otro. Por ello sólo un escritor acucioso pudo relatar su extraordinaria historia.
José Fouché es un arquetipo. En toda la historia encontramos personajes así. Siempre encuentran a quien lanzar al frente. Esto hizo posible que José Fouché salvara la guillotina varias ocasiones. De la misma manera, en el presente los malosos avariciosos salvan el pellejo, porque escurren el bulto. El que dio la cara, el Líder, es el que recibe toda clase de recriminaciones y, por supuesto, el costo que pueda representar lo que benefició a otros.
De allí que es de gran valor el reconocer a un líder que da la cara. Alguien que sí tiene la vocación para lanzarse al frente y correr los riesgos que representa, pero lo hace de “mutuo propio”, por su propia voluntad ¿qué se requiere para ello? ¿Cuáles son las cualidades y requerimientos para que una persona pueda y quiera lanzarse al frente? Éste es el tema que habré de desahogar con mucho detalle y profundidad en mis siguientes artículos.
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¡HASTA EL PRÓXIMO MIÉRCOLES!
alfredo-esponda@cencadedigital.com
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Muy interesante sobre todo la vivencia personal ojala mucha gente leyera estas experiencias para darse cuenta de lo que esta pasando en este pais